lunes, 18 de abril de 2011

LOS REYES EN CÁCERES

D. Luis I de Portugal

                                                                  D.Alfonso XII

Durante el día 8 no cesó de llover ni un instante, á pesar de lo cual la muchedumbre llenaba las calles. Llena de gente estaba la estación cuando llegaron los reyes; las tribunas ofrecían un buen golpe dé vista con la aglomeración de mujeres bonitas que produce con gran fecundidad Extremadura. S. M. el rey pasó al dosel, donde había dos sillones para las
dos Majestades. El señor Moret acompañaba al rey. Obtiene su venia, y se procede á la bendición de las máquinas. Tres de ellas avanzan hasta llegar á un altar, en el cual el Obispo de Plasencia. (y no el de Coria, como dice La Correspondencia) tiende sus manos sobre los poderosos artífices de la ciencia, y mientras que las locomotoras lanzan silbadora columna de humo por su pito  el prelado agita cinco veces el hisopo y arroja sobre las chimeneas una pequeña vasija de agua. Aumenta a la lluvia: el barro era tan abundante y pegajoso, que el andar tenía todo el carácter de una navegación. A pesar de esto, mucha gente se agolpó al paso del carruaje real. Más de setenta coches le seguían. S. M. el rey don Alfonso cedió á su  regio huésped las habitaciones que le tenían  preparadas en el ayuntamiento. Estas estaban puestas con excelente gusto: alfombradas y vestidas de buenos tapices. Los gastos de decorado de estas habitaciones han ascendido á 8.000 duros.
Después del banquete oficial los reyes fueren á los toros. Llovía á mares. La plaza de Cáceres, capaz de 6.000 personas, es una sólida construcción de pura piedra. Presidió Su Majestad don Alfonso, y don Luis presenció la corrida como quien no gusta gran cosa de aquellos lances. En un palco estaban el conde de Loulé, primer estribeiro de S. M. Fidelísima, con los condes de Ficayo y toda la relumbrante comitiva portuguesa.

La corrida no pasó del tercer toro, porque llovían banderillas de agua. Yo me calé hasta los huesos, porque sobre mi asiento escurría un canalón,  Frascuelo y Ángel Pastor mataron tres toros (que eran de Tres-Palacios), llevando los pies descalzos para evitar caídas. La plaza era una naumaquia. Se podían poner banderillas en esquife.
Un rasgo de la fisonomía de Cáceres. Los, billetes, habían costado caros: al tercer toro se suspendió la corrida, sin dar al público explicación alguna respecto á lo que se haría con los demás toros. Pues, sin embargo, no hubo entre aquellos 5.000 espectadores una sola protesta, un solo grito. Tanta paciencia y tanta sensatez son dignas de ejemplo.
A las ocho fue la comida de los reyes, y poco antes la recepción. Asistieron á ella 132 ayuntamientos, algunos de los cuales había hecho veinte leguas á caballo para ir á Cáceres.
Entraban en el salón de recepciones con el uniforme de sus arrastraderas capas, y salían rápidamente, después de haber hecho una inclinación de cabeza, una genuflexión ú otro signo de acatamiento. El ayuntamiento de Plasencia acudió en masa con sus maceros á la cabeza.
A las diez y media salió de palacio S. M. don Luis para el tren que le aguardaba. Hubo entre los dos monarcas una cariñosa despedida, y las últimas palabras que cruzaron fueron nuevas seguridades de que don Alfonso XII asistirá á la inauguración de la Exposición de artes retrospectivas en Lisboa, si sus asuntos se lo permiten.
El rey don Luis ha envejecido mucho desde que le vi  en Elvas. Profundos surcos azules diseñan bajo sus párpados hondas señales de abatimiento. Su robustez es algo linfática. Se fatiga fácilmente, á pesar de lo cual no abandona sus aficiones y trabajos literarios. Después de haber traducido todas las obras de Shakespeare, ahora prepara una traducción de Homero, bajo las inspiraciones de la del poeta inglés Pope.
Antes de partir el tren real puedo dar un abrazo a Valera, que me asegura que de Lisboa traerá á las letras patrias una nueva hija de su simpar ingenio. Si es así, ¡bendita la embajada dé Valera

1881

No hay comentarios:

Publicar un comentario